Concédeme, oh Reina del Cielo,
que nunca se aparten
de mi corazón
el temor y el amor de
tu Hijo Santísimo;
que por tantos
beneficios recibidos y por recibir,
no por mis méritos,
sino por la largueza
de su piedad,
no cese de alabarle
con humildes acciones
de gracias;
que a las innumerables
culpas cometidas
suceda una leal y
sincera confesión
y un firmísimo y
doloroso arrepentimiento
y finalmente,
que logre merecer su
gracia y su misericordia.
Suplico también,
¡oh puerta del cielo
y abogada de pecadores!,
no consientas que jamás
se aleje
y desvíe este siervo
tuyo de la fe,
pero particularmente
que,
en la hora postrera,
me mantenga con ella
abrazado;
si el enemigo
esforzare sus astucias,
no me abandone tu
misericordia y tu gran piedad.
Por la confianza que tengo en ti puesta,
alcánzame de tu
Santísimo Hijo
el perdón de todos
mis pecados
y que viva y muera
gustando
las delicias de tu
santo amor.
Amén.
Hacer la petición y rezar la Salve,
“Bendita sea tu
Pureza” y tres Avemarías.
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