Dios nuestro Señor, oh Soberano
de los siglos, omnipotente y todopoderoso, tú que lo has hecho todo y que lo
transformas todo con tu sola voluntad; tú que en Babilonia transformaste en
rocío la llama del horno siete veces más ardiente y que protegiste y salvaste a
tus tres niños santos; tú que eres doctor y médico de nuestras almas; tú que
eres la salvación de aquellos que se dirigen a ti, te pedimos y te invocamos,
haz vana, expulsa y pon en fuga toda potencia diabólica, toda presencia y
maquinación satánica, toda influencia maligna y todo maleficio o mal de ojo de
personas maléficas y malvadas realizados sobre tu siervo…
Haz que, en cambio, de la envidia
y el maleficio obtenga abundancia de bienes, fuerza, éxito y caridad; tú,
Señor, que amas a los hombres, extiende tus manos poderosas y tus brazos
altísimos y potentes y ven a socorrer y visita esta imagen tuya, mandando sobre
ella el ángel de la paz, fuerte y protector del alma y el cuerpo, que mantendrá
alejado y expulsará a cualquier fuerza malvada, todo envenenamiento y
hechicería de personas corruptoras y envidiosas; de modo que debajo de ti tu
suplicante protegido te cante con gratitud: “el Señor es mi salvador y no
tendré temor de lo que pueda hacerme el hombre.”
“No tendré temor del mal porque
tú estás conmigo, tú eres mi Dios, mi fuerza, mi poderoso Señor, Señor de la
paz, padre de los siglos futuros”.
Sí Señor Dios nuestro, ten
compasión de tu imagen y salva a tu siervo… de todo daño o amenaza procedente
de maleficio, y protégelo poniéndolo por encima de todo mal; por la intercesión
de la más que bendita, gloriosa Señora, la madre de Dios y siempre Virgen
María, de los resplandecientes arcángeles y de todos sus santos.
¡Amén!
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